A menudo escuchamos sobre lo beneficiosa que puede ser la competencia para los mercados – y sobre todo para los consumidores. Sin embargo, hay situaciones donde la competencia no deja beneficios, sino que crea desperdicios. Estas instancias suelen ocurrir dentro y fuera de los mercados.
Por ejemplo, imagínese dos países que se disputan la explotación de una mina. Suponiendo que los minerales que están en la mina valen $100 millones. ¿Cuánto dinero deben gastar los países envueltos en tratar de ganar la explotación de la mina? Ciertamente, cada uno debe gastar menos de los $100 millones para que valga la pena echar el pleito. Sin embargo, si cada uno gasta hasta $99 millones, en total el conflicto destruye valor. Es decir, en agregado se gastarían $198 millones por algo que vale sólo $100 millones. La duplicidad de costos es una pérdida.
Sale “más cara la sal que el chivo”, dirían algunos. Algo similar ocurre con las licitaciones y el cabildeo.
Los economistas y los analistas económicos del derecho y de la política se refieren a estas instancias de competencia destructiva como “búsqueda de rentas” (rent seeking, en inglés). La búsqueda de rentas no produce valor social. Sólo implica un premio o beneficio para el ganador. En el ejemplo hipotético de los países que pelean por la mina, se desperdician más recursos de los que se obtienen.
El concepto de la búsqueda de rentas se atribuye a Gordon Tullock (uno de los padres de la escuela de Virginia y del Public Choice). Aunque fue Anne Krueger quien acuñó el término en un artículo fundamental sobre el tema en 1974. (Para dos trabajos relacionados en la literatura dominicana, se pueden consultar las monografías de Shyam Fernández Vidal –sobre reelección y búsqueda de rentas – y de Roberto Medina, sobre captura de reguladores, PUCMM 2015).
Las campañas electorales son un ejemplo de la búsqueda de rentas. Los candidatos invierten dinero y recursos en afiches, anuncios, spots publicitarios, vallas, regalan pica-pollos, cerditos, gallinas y gatos en los barrios. Recorren todo el país dando a conocer quiénes son y qué ofrecen si son electos. Estas actividades mueven dinero y riqueza. Pero no crean valor. Sólo redistribuyen recursos.
Al final del día, muchos aspiran pero pocos son electos. Los recursos invertidos por los perdedores no agregan valor alguno a la sociedad. Simplemente se drenan. Resulta alarmante la percepción de que los políticos dominicanos parecen estar permanentemente en campaña. Esto equivale a decir que siempre están desperdiciando recursos. Esto sin tomar en cuenta las molestias (costos externos) que producen las campañas políticas.
Quienes ganan un puesto político tampoco generan valor. Simplemente reciben las rentas del cargo. Deciden cómo disfrutar y distribuir las rentas que se ganan. Todo lo demás resulta una pérdida social. Se pudo invertir parte de esos recursos en otras cosas. Sobre todo en actividades o servicios más productivos y duraderos. Al menos en algo menos pasajero que un ‘pica-pollo’.
Por estas razones resulta necesario que una ley de partidos tome en cuenta la búsqueda de rentas. Al menos que se enfoque en evitar la dilapidación de recursos en estas carreras dispendiosas e improductivas.